La trinidad es un arquetipo de significado universal. En las grandes teogonías de la antigüedad se representa a menudo a la divinidad suprema en forma de una tríada, como una manifestación triple de atributos y poderes y procediendo por emanaciones sucesivas. (“Y habiendo sido uno solo, me convertí en tres” se lee en un jeroglífico egipcio en Tebas). El poder integrador del 3, su fuerza para determinar los límites de todo acontecer, impregna el pensamiento de casi todos los pueblos de la tierra. Asombra el vigor de esta concepción, ampliamente difundida entre pueblos muy distantes en la geografía y en el tiempo y en los que no cabe sospechar una relación indirecta o un origen común. Muy conocida es la trinidad de la religión brahmánica, la Trimurti hindú: tres dioses que son los tres atributos y las tres manifestaciones sucesivas del dios único, que existiendo primero sin forma y sin cualidad, deviene personificado en Brahma (creador), Vishnú (preservador) y Shiva (transformador). Las tres letras de la palabra AUM, el más célebre de los mantras hindúes (mantra: combinación de palabras o sonidos con un significado y potencia espirituales) representa a esta manifestación trinitaria. En esta palabra se compendia la producción natural de los sonidos: la A, sonido fundamental, se emite sin contacto de la lengua con el paladar desde el fondo de la cavidad bucal, la U desde la base de la placa de resonancia del paladar hasta su extremo, y la M, en el punto terminal, con los labios cerrados. Algunos opinan que la palabra AMEN de origen hebreo y adoptada por la liturgia cristiana, con la que se da fin a las plegarias, surgió de la misma pulsión arquetípica de la palabra AUM. Innumerables son las tríadas de dioses que existen desde los tiempos más antiguos. Encontramos el culto trinitario entre los babilonios (Anu, Bel y Ea), egipcios (Osiris, Isis y Horus), persas (Oromasdes, Mithras y Ahriman), asirios, fenicios, teutones, escandinavos, druidas, siberianos, tibetanos, y por supuesto, en la tradición cristiana. “La ordenación por tríadas” escribe el psicólogo suizo Carl Gustav Jung, “es un arquetipo histórico religioso en el que debió apoyarse originalmente la Trinidad Cristiana” (Jung, C.G., Simbología del Espíritu). Aquí la trinidad es representada por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; se le atribuyen las operaciones del Poder, la Inteligencia y el Amor, pero no se distinguen entre sí más que como hipóstasis, es decir, que participan de la misma esencia divina única. El término se prefirió al de “persona” en las discusiones sobre la trinidad en los primeros siglos del cristianismo (Concilio de Nicea, año 325) por el significado de aquélla como “máscara” que podría evocar algo ficticio. Plotino (s. III), reconoce la emanación de la divinidad en tres fases o hipóstasis (el Uno, la Inteligencia y el Alma). Sobre tres fases modeló el filósofo alemán Hegel el desarrollo de su dialéctica (tesis, antítesis y síntesis) interpretando con ella tanto el mundo de la naturaleza como el del espíritu. Toda la realidad se mueve o deviene dialécticamente, según Hegel.
En los números, la trinidad está representada simbólicamente por el ternario o número 3. El 1 genera con su proyección la dualidad (1+1) y a partir de ella se establece la identidad entre sus dos contrarios polares: la unidad original y su imagen reflejada (2). Como en los armónicos naturales del sonido: su primer desdoblamiento produce una réplica del primero en una octava superior –el duplo de sus vibraciones por segundo–. La relación que se establece entre el 1 y su proyección (2) convierte la polaridad inicial en una unidad nueva, la unidad de un equilibrio dinámico que contiene la alternativa de resolución para el conflicto planteado por el dualismo: el número 3. La contradicción que existe entre la singularidad del 1 y la pluralidad inherente a su desdoblamiento como 2 (1+1), se resuelve en el 3 por la interacción y el equilibrio de los dos términos opuestos. El 3 es así la estructura del orden interno de cualquier unidad concebida como totalidad. Es la unidad perfeccionada y reintegrada, principio rector de lo múltiple y expresión de un orden en el universo y en el hombre, de todo lo que existiendo en el espacio y en el tiempo es tridimensional y deviene necesariamente en principio, medio y fin.
Por ley de analogía entre el Macrocosmos y el Microcosmos (“como es arriba es abajo”, “hagamos al hombre a nuestra imagen”, etc.), el ternario se manifiesta tanto en la naturaleza como en el hombre. Desde nuestra perspectiva terrestre (geocéntrica), los planetas Mercurio y Venus acompañan siempre al Sol en su rotación aparente alrededor de la Tierra, sin apartarse de él más de 28° el primero y de 48° el segundo. En Astrología, estos tres cuerpos celestes forman una tríada inseparable, como puede apreciarse en la carta natal de cualquier persona. El Sol, Mercurio y Venus son símbolos astrológicos de la Voluntad, la Inteligencia y el Amor, respectivamente.
(Ver. El Lenguaje de los Nùmeros)
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