Escrito de gran contenido simbólico, el Apocalipsis pertenece por derecho propio a la tradición mística de Occidente. Su mensaje, según su autor, es un mensaje de revelación que le fue dado a Jesucristo directamente por Dios para manifestar a sus siervos todas las cosas que habían de suceder presto (Apocalipsis 1:11). La brevedad del tiempo debe ser entendida en la perspectiva de la evolución espiritual del hombre y en su significado individual, no en términos de un devenir histórico y social como frecuentemente se hace, distorsionando el maravilloso mensaje de este admirable libro. El Apocalipsis está redactado en un lenguaje simbólico y astrológico (la astronomía de la antigüedad), único viable para explicar la relación esencial entre el Hombre y su Creador, entre el microcosmos y el macrocosmos, que es el significado más profundo de la antigua ciencia estelar. En la primera visión de la obra (Apocalipsis 1:9-20) el hermano Juan, como se presenta el autor a sí mismo, se encuentra situado en la isla de Padmos, en Asia Menor. Entrando en su espíritu, escucha detrás de sí una gran voz que se anuncia como el primero y el último (Alfa y Omega), la cual le ordena escribir un libro y enviarlo a 7 iglesias. Al volverse Juan para identificar la procedencia de la voz ve a un ser maravilloso “semejante al Hijo del Hombre”, rodeado por 7 candeleros de oro. Está vestido hasta los pies y ceñido con una cinta dorada. Su rostro resplandece como el Sol, sus cabellos son blancos como la nieve, sus ojos como llamas de fuego, sus pies de latón fino y su voz como ruido de muchas aguas. La imponente figura tiene en su mano derecha 7 estrellas y de su boca sale una espada aguda de doble filo.
El simbolismo religioso del candelero (o del candelabro) tiene fundamento cósmico y astronómico. Dice Filón (Vida de Moisés) al referirse al candelabro judío de 7 brazos –la menorah–, que este representa al cielo con el sistema planetario en cuyo centro brilla el Sol. El historiador romano Josefo dice de él que “se la han dado tantos brazos como planetas se cuentan junto con el Sol”. Los 7 candeleros vistos por Juan son, pues, los 7 planetas celestes de la astronomía antigua. El oro de que están hechos evoca la luz solar que es el metal asociado con el Sol. En toda la tradición griega el oro está relacionado con el Sol y toda su temática simbólica. La asociación es universal. Para los egipcios, por ejemplo, el oro era considerado como la carne misma del Sol. Los íconos de Budha son dorados significando su iluminación y perfección, como también era el fondo de los íconos bizantinos, es decir, un reflejo de la luz celestial. Los 7 candeleros son de oro porque la luz de los 7 planetas deriva de una sola luz original y solar.
El ser semejante al Hijo del Hombre que está en medio de los candeleros de oro es el Hombre Arquetípico (microcosmos), imagen antropomórfica del Ser Supremo (macrocosmos). Esta prodigiosa imagen es una admirable síntesis que integra al Sol y los planetas en una representación viva y portentosa, un símbolo de la Conciencia Espiritual Superior. Quien esté medianamente versado en el simbolismo astrológico reconocerá de inmediato el significado de los elementos que componen esta figura: los cabellos blancos y nevados corresponden a Saturno (Cronos), los ojos llameantes a Júpiter (Zeus), la espada aguda de dos filos a Marte (Ares), la cinta de oro a Venus (Afrodita), los pies semejantes a latón fino a Mercurio (Hermes), pies que se vinculan además con los pies ligeros y alados del dios mensajero (el latón al que el autor se refiere es más bien mercurio fluídico ya que aquél era prácticamente desconocido entre los griegos), su voz como el murmullo de muchas aguas (el océano) en una evidente asociación con la Luna (Hécate), y su rostro, por último, brillante como el Sol (Helios) en una alusión expresa. El orden de los 7 planetas aparece invertido en la figura –Saturno como primero, partiendo de la cabeza, y Mercurio, como último, terminando en los pies– en una fiel interpretación del microcosmos como una imagen reflejada del macrocosmos, es decir, como su imagen especular. (La secuencia con que están ordenados los planetas en nuestro sistema solar parte de Mercurio y termina en Saturno). El hombre celeste aparece dispuesto en un orden inverso al de su arquetipo divino, aunque igual a este por estar hecho a “su imagen y semejanza” (Génesis 1:26). En la mano derecha de la figura hay 7 estrellas: representan la luz solar expresándose a través de los 7 candeleros e irradiándose como manifestaciones del poder divino desde su diestra. La mano, como se sabe, expresa una idea de actividad y también de potencia y dominio. Es así como en hebreo, por ejemplo, la palabra iad significa a la vez mano y potencia. La mano derecha que se emplea para bendecir es emblema de la autoridad sacerdotal. En el Antiguo Testamento, la mano de Dios representa a este en la totalidad de su poderío. La tradición bíblica y cristiana considera a la mano como un símbolo de supremacía.
El propósito del Apocalipsis es mostrar al hombre el camino de su perfección. Su escrito es de carácter simbólico y se refiere no a acontecimientos que han de ocurrir en un determinado momento histórico, sino a algo más importante y significativo: a transformaciones profundas que deben producirse en el interior del ser individual para que este pueda alcanzar su unión con Dios. Proclama el advenimiento del hombre nuevo en el seno del hombre viejo, según la concepción evangélica y paulina del Nuevo Testamento y al que toda genuina vocación mística aspira.
(V. Libro "Los Simbolos del Apocalipsis")