El número 7 es el número de la periodicidad, del completamiento y término. Si se divide a la unidad entre 7 (el 1, como unidad germinal, contiene en su interior el significado potencial de los 9 elementos –números dígitos– en que se desdobla), se obtiene el decimal periódico 142857, el cual se repite hasta el infinito. ¿Qué tiene de particular? Principiando en 1 y terminando en 7, el decimal consta de 6 términos, 3 pares y 3 impares, cuya suma es igual a 27 (de reducción simple al 9: 2 + 7 = 9, número en el que se completa y sintetiza la serie elemental de 9 dígitos
–1+2+3+4+5+6+7+8+9 = 45, y 4+5 = 9–). Dividida la serie del decimal periódico en tres partes, o sea 14, 28 y 57, encontramos que 28 es el duplo de 14 (14x2 = 28) y 57 el duplo de 28 más la unidad (28x2 = 56, 56+1 = 57). En el número 57 se trasciende el primero y segundo desdoblamientos (de 14 a 28 y de 28 a 56) con el agregado de la unidad, símbolo de integración y de renovación cíclica (ciclo ternario más 1, la tetracto pitagórica). Esta división ternaria pone de manifiesto que el factor circulante es el 7 con arreglo a la progresión 2.4.8 (2x2x2), o sea: 2x7 = 14, 4x7 = 28 y 8x7 =56 (+1). Ahora bien, si el decimal periódico 142857 se multiplica ordenadamente por todos los números dígitos del 1 al 7, empezará a circular manteniendo constantes sus términos y su continuidad: x2 = 285714, x3 = 428571, x4 = 571428, x5 = 714285, x6 = 857142. Al llegar al 7, la circulación se cierra con una barrera de seis nueves: 142857x7 = 999999, número que sintetiza las seis series y cuya reducción es asimismo 9: 9x6 = 54 (5+4 = 9). Las series obtenidas son iguales además por este equilibrio: las sumas de dos de sus términos –siempre un par y un impar– separados entre sí cada dos números, es igual a 9 (Ej.: 142857, 1+8 = 9, 4+5 = 9, y 2+7 = 9). Y aquí lo más admirable: disponiendo las 6 series en alineaciones sucesivas de arriba abajo, se obtendrá un cuadrado mágico excepcional cuyas alineaciones y columnas suman siempre 27 (2+7 = 9):
(7) 1 4 2 8 5 7 (2)
(6) 2 8 5 7 1 4 (3)
(5) 4 2 8 5 7 1 (4)
(4) 5 7 1 4 2 8 (5)
(3) 7 1 4 2 8 5 (6)
(2) 8 5 7 1 4 2 (7)
El perfecto y notable equilibrio de este cuadrado manifiesta las siguientes características:
a) de sus 36 (9) términos, 18 (9) son impares y 18 (9) pares; dividido el cuadrado en dos partes iguales, horizontal o verticalmente, cada una contiene a su vez 9 impares y 9 pares,
b) el orden de sus columnas es de equilibrio especular: la primera replica invertida a la cuarta, la segunda a la quinta y la tercera a la sexta (sumando cada par se obtiene de nuevo la serie de 6 nueves),
c) dividido en cuatro cuadrantes iguales, cada uno aparece como la réplica especular del cuadrante opuesto en sentido diagonal,
d) si se suman ordenadamente los 3 términos de las alineaciones de los cuadrados, reduciendo sus valores a dígitos, los de la izquierda darán la serie 765432 (descendente), réplica inversa de la que se obtiene con los de la derecha: 234567 (ascendente); su suma es otra vez 27 (9) y sumando ambas series se obtiene otra vez la serie 999999… etc.
¿Dios jugando a los dados? No, solo la síntesis admirable de un equilibrio excepcional.
Siete son las maravillas del mundo antiguo, no por ser las únicas, sino por el sentimiento de tener en ellas el número “completo”, el término de una lista. Según los pitagóricos es por el 7 que todas las cosas alcanzan su perfección. Lo llamaron perfector y también Telésforo (que lleva todo a su completamiento y término). El alma del mundo, según Platón, es generada por el 7 que contiene la trinidad del espíritu (3) y el cuaternario de la forma (4), el triángulo y el cuadrado, la unión del espíritu y la materia que se expresa en la unión del 3 masculino (impar), con el 4 femenino (par). Mediante esta penetración de la materia por el espíritu, las fuerzas evolutivas alcanzan su más alto desarrollo, el punto culminante de su proceso ascensional. El 7 es el número clave para esta elevación, como se infiere de las escaleras sagradas, de los niveles jerárquicos que conectan el cielo con la tierra y de los zigurats o templos escalonados de las culturas mesopotámicas. El septenario, como principio organizador del orden celeste, se manifiesta en los 7 cielos del budismo y en los 7 cielos del Islam. El cielo de los antiguos contenía 6 planetas con el Sol en el centro. Los griegos asociaban el 7 al culto del dios Apolo, la deidad solar, cuyas ceremonias tenían lugar el séptimo día del mes. Según una tradición hindú, el Sol posee 7 rayos; seis representan las direcciones del espacio y el séptimo el centro. Al completar la creación del mundo Jehová descansó y bendijo el séptimo día (Génesis 2:3), y con ello, la séptima porción del tiempo. El reposo con que culmina el gran ciclo de actividad viene a coronar el esfuerzo realizado llevándolo a su punto de perfeccionamiento y término. Como consumación del período creador, representa el término y la renovación que sucede a un ciclo de realización. La palabra “ciclo” deriva de kiklos que significa “círculo”. Completados los 6 radios que cubren el perímetro del círculo se alcanza el centro con un séptimo radio. También se obtiene un círculo central al distribuir 6 círculos menores iguales en el interior de una circunferencia. En la naturaleza encontramos al 7 asociado con la periodicidad de los componentes de la materia (los elementos), con el orden cíclico de la luz y del sonido –7 colores del espectro y 7 notas de la escala musical (diatónica) –. La división septenaria del tiempo es de origen ancestral. La semana de 7 días parece estar asociada a las fases de la Luna (7x4 = 28). Los romanos relacionaron estos 7 días con los 7 planetas del mundo antiguo, correspondiéndole el séptimo (sábado) a Saturno, séptimo y último de los planetas que pueden ser observados a simple vista. En el marco astronómico de las estaciones, Libra, séptimo sector del zodíaco, marca el completamiento y término del gran ciclo vital de la naturaleza (el equinoccio de otoño).
V. Libro El Lenguaje de los Nùmeros