Cuando la mente se mueve solo en el ámbito estrictamente racional, deja de percibir aspectos más sutiles de la realidad que solo la intuición descubre. “Dos excesos” dice Pascal, “excluir a la razón y no admitir más que a la razón”. Y también: “El último paso de la razón es reconocer que existe una infinidad de cosas que le son inaccesibles” (Pascal, Pensamientos). Los mitos y las leyendas aluden a los hechos históricos solo indirectamente, como en los sueños: detrás de su expresión manifiesta suele haber un contenido latente. Por ejemplo, el mito del héroe, presente en diferentes culturas separadas por la geografía y el tiempo pero repitiendo la misma estructura (un símbolo de la potencia del espíritu, del triunfo del hombre sobre sí mismo) como se desprende del ya clásico análisis sobre este mito del investigador Joseph Campbell (El Héroe de las Mil Caras, Psicoanálisis del Mito). Así también en la historia atribuida al rey Shiram sobre el origen del juego del ajedrez, en donde su inventor pide al rey como premio solo un grano de trigo por la primera casilla, dos por la segunda, cuatro por la tercera, ocho por la cuarta, y así sucesivamente hasta completar las 64 casillas del tablero (una cifra de quintillones). No es la veracidad de esta historia lo que es importante y significativo, sino la clave que transmite sobre su organización binaria y su correspondiente simbolismo (basado en el arquetipo de la progresión geométrica del 2). Algo similar ocurre con las llamadas “supersticiones” vistas solo como irracionales al examen superficial. Hay a menudo en ellas un significado oculto, una motivación inconsciente que ayuda a explicar su persistencia y su carácter frecuentemente compulsivo. Un ejemplo ilustrativo es el número 13 considerado por muchos como un número “infausto”. Esta apreciación oculta, al parecer, un temor inconsciente a la experiencia de la muerte física, como vamos a ver.
La explicación más convincente podemos obtenerla analizando el número 13 en la perspectiva de la Aritmética Simbólica. Debemos insistir aquí, sin embargo, que las operaciones simbólicas de la aritmética no pretenden probar nada, ya que su finalidad no es demostrar, sino más bien mostrar e inducir una respuesta intuitiva. No se apela a la razón sino a la intuición. Como en la experiencia estética, se requiere más de la sensibilidad intuitiva que del ejercicio intelectual. El número 13 tiene reducción simple al cuarto término de la serie natural de 9 dígitos: 1+3 = 4. El 13 viene a ser una réplica, en una octava superior (compuesta por números de dos términos o “binomios”), de este número 4, el cual representa la primera síntesis de los números (o número 3) y la restitución de la unidad: 3 + 1 = 4. No se parte ahora de la primera unidad (1+2+3+4 = 10), sino de la unidad totalidad representada por el 10. (10+11+12+13 = 64, y 64, por reducción de sus valores, es nuevamente 10. Es así que el 13, como antes el 4 (primer ciclo ternario), es también un símbolo de conclusión y reinstalación cíclicas. El 13, además, se relaciona también con el número 7, que representa la síntesis del segundo ciclo ternario (6) y de nuevo la reinstalación de la unidad: 6+1 = 7. Esta relación entre ambos números se comprueba asimismo al multiplicar cada uno por sí mismo: 7x7 = 49, y por reducción 4+9 = 13; 13x13 = 169, y nuevamente por reducción 1+6+9 = 16, 1+6 = 7. También si se suman todos los números del 1 al 13, el resultado que se obtiene es el número 91, el cual contiene al 7 trece veces (7x13 = 91), y si se suman por separado los pares e impares de esta serie, se obtendrán múltiplos del 7 (1+3+5… +13 = 49, y 2+4+6… +12 = 42). Como se ve, la relación del 13 con el 4 y con el 7 lo vincula estrechamente con el ciclo dialéctico que identifica en el desarrollo un punto de término y otro inmediato de renovación.
Es significativo reconocer en el ciclo anual de las estaciones el renacimiento de la naturaleza después de transcurridos 12 meses, es decir, en el treceavo mes. En música, la serie continua de semitonos que componen la escala cromática (secuencia de intervalos más pequeña de nuestro sistema musical), se restablece en el treceavo semitono. El 13 era el completamiento del tiempo para los aztecas (semana de 13 días, siglo de 52 años (13x4) y soles 1° y 4°, los más perfectos, de 676 años, es decir, 13 siglos (13x52 = 676). Tal vez la asociación más significativa se descubre en el juego del Tarot (origen de la baraja), cuya treceava lámina de las 22 que forman sus principales símbolos –los llamados arcanos mayores– es “La Muerte”. Este arcano es un símbolo del término y la consumación, pero al mismo tiempo, de la transformación y del renacimiento. Representa el salto cualitativo que disuelve lo viejo para dar nacimiento a lo nuevo. En la experiencia humana, el enfrentamiento con la muerte iguala a todos los hombres, pero con grandes diferencias, como diferentes son las actitudes con que se enfrenta la vida. En el siglo XX, el compositor vienés Arnold Schöenberg (1874–1951) llevó nuestro sistema musical de 7 notas (escala diatónica que tuvo su origen en la antigua Grecia) a un límite final, al proponer el uso absoluto y uniforme de las 12 notas de la octava (representadas en el teclado por las 7 teclas blancas y las 5 negras). Estructurado sobre bases atonales, este sistema al que Schöenberg denominó dodecafónico, o sistema serial, consistía en combinar sin repetición las 12 notas permitiendo un incremento de las posibilidades melódicas de casi 500 millones. En esencia, un sistema que a muchos compositores pareció demasiado racionalista, al fijar límites estrechos en la sucesión de los sonidos sin repetición, siempre 12. Con esto se pretendía poner punto final a un sistema musical de extensa trayectoria en la música de la civilización occidental. También en el siglo XX, coincidiendo con el mismo período en que Schöenberg decretaba un “acta de defunción” del sistema tonal, el compositor e investigador mexicano Julián Carrillo (1875–1965) proponía su versión revolucionaria del sonido 13, consistente en trascender el límite de los 12 sonidos dividiendo la octava en partes progresivamente más pequeñas (micro tonos), o sea en treceavos, cuartos, octavos y dieciseisavos de tono. Al cierre final marcado por Schöenberg, Carrillo abría el universo micro tonal como una perspectiva revolucionaria de la música del porvenir. (Schöenberg estableció las bases de su atonalismo en 1908; Carrillo escribió su primera composición micro tonal –un cuarteto– en 1895). En esta perspectiva, el 13 viene a simbolizar para la música occidental el completamiento y término de un vasto período de evolución, a la vez que una perspectiva revolucionaria de cambio y renovación (¿siglo XXI?). Es interesante mencionar que Arnold Schöenberg, quien había nacido un 13 de Septiembre (1874), mantuviera durante toda su existencia un temor supersticioso por el número 13. Temía fallecer en un día 13 (nótese la asociación del 13 con su nacimiento y la muerte) de tal manera que cuando llegó a los 76 años (7+6 = 13), el 13 de cada mes se sumergía en una honda depresión. Este condicionamiento mental debió propiciar el desenlace, pues el compositor falleció poco antes de la medianoche del 13 de Julio (7° mes) de 1951.
Contraponer la vida a la muerte, como frecuentemente se hace, es un error de percepción: lo contrario a la muerte es el nacimiento (o renacimiento), no la vida. Como la luz, la vida es una energía sin contrario, en donde la oscuridad es solo una condición de ausencia de luz. En el temor a la muerte no es lo desconocido lo que en realidad se teme, sino más bien la pérdida de lo conocido, su inevitable separación (posesiones, identificaciones, poderes, renombre, etc.) La angustia que se experimenta da la medida de este apego. De aquí lo “infausto” asociado con el número 13. La existencia es un perpetuo devenir, en donde la vida y también la muerte, fluyen constantemente: para que el instante que sigue nazca, el instante presente tiene necesariamente que morir. En esto se encuentra, quizás, el verdadero y más profundo significado de la libertad humana.