¿Cuál es el verdadero significado de la última y espléndida visión descrita al final del Apocalipsis: la ciudad santa de Jerusalén descendiendo del cielo al tiempo que una gran voz anuncia que el tabernáculo de Dios ha venido a morar entre los hombres, apartando de ellos todo llanto, dolor y muerte? (Apocalipsis 21:22). Se habla de un cielo y una tierra nuevas, refiriéndose la visión al reino espiritual que nacido del interior del hombre entra en unión íntima e indivisible con su conciencia (“como esposa ataviada para su marido”). A esta unión íntima del alma con Dios se le llama aquí el “tabernáculo de Dios”, su morada entre los hombres. El advenimiento de esta nueva conciencia (excelsis mentis) viene acompañada, se dice, por la cesación del dolor y de la muerte: no existe más el llanto ni el clamor porque todas las cosas primeras son pasadas. Dios se revela en su grandeza al alma absorta en el estado contemplativo. La claridad es el primer atributo de la ciudad celeste siendo su luz como “piedra de jaspe”. Por su estructura similar al diamante, el jaspe es un símbolo de firmeza, indestructibilidad y permanencia.
Se dice que la ciudad santa está circundada por una muralla de 12 puertas en las que hay 12 ángeles y los nombres escritos de las 12 tribus de Israel. La descripción se refiere al Hombre como Arquetipo Universal, al cual la astronomía antigua representó en el gran círculo del zodíaco y sus 12 constelaciones signos. Así, las 3 puertas que el Apocalipsis nos dice que están situadas en cada una de las 4 orientaciones cardinales del muro de la ciudad, se corresponden con la simetría perfecta del círculo zodiacal dividido a su vez en 4 cuadrantes que contienen 3 signos cada uno (la 4 divisiones del ciclo estacional: primavera, verano, otoño e invierno). Los 12 fundamentos del muro son los 12 signos zodiacales a los que el Apocalipsis relaciona también con los 12 apóstoles. (Esta asociación se encuentra asimismo en la Ultima Cena de Leonardo da Vinci, como lo hiciera notar el artista italiano Franco Berdini en 1983 –Magia y Astrología en el Cenáculo de Leonardo da Vinci–). Representan los 12 tipos humanos en que se desdobla el Hombre Universal Arquetípico. El muro de la ciudad es la línea de demarcación que separa el mundo interior (sagrado) del mundo exterior (profano). Se dice que la ciudad es de oro puro, como el vidrio limpio, simbolizando con esto la supremacía, perfección y cristalina pureza del reino de Dios en el interior del hombre. Las 12 puertas son las 12 vías a través de las cuales se accede a su interior. Por ellas se trasciende el mundo profano para entrar en el mundo sagrado. Los 12 fundamentos de la muralla (los 12 signos zodiacales) contienen cada uno una piedra preciosa que el autor del Apocalipsis describe detallada y ordenadamente. Símbolo de la transmutación de lo opaco en translúcido, de lo oscuro en luminoso, las 12 piedras que ornamentan los 12 fundamentos del muro son los 12 tipos humanos representados por los 12 signos zodiacales en la perspectiva de su potencialidad para el perfeccionamiento espiritual. Como es fácil comprobar, las piedras mencionadas en el Apocalipsis coinciden por su nombre y ordenamiento con las que son aceptadas actualmente por la Astrología moderna (Pavitt, W.T., The Book of Talismans, Amulets and Zodiacal Gems). Nueve de las 12 gemas corresponden con absoluta exactitud: “El primer fundamento era jaspe (Aries: jaspe), el segundo zafiro (Tauro: zafiro), el tercero calcedonia (Géminis: calcedonia), el cuarto esmeralda (Cáncer: esmeralda), el quinto sardónica (Leo: sardónica), el sexto sardio (Virgo: cornalina), el séptimo crisólito (Libra: ópalo), el octavo berilo (Escorpio: berilo), el noveno topacio (Sagitario: topacio), el décimo crisoprasa (Capricornio: rubí), el onceavo jacinto (Acuario: jacinto) y el doceavo amatista (Piscis: amatista)…” (Apocalipsis 21:19 y 20). Las 3 faltas de correspondencia pueden atribuirse a los casi 2,000 años transcurridos desde que se escribiera el Apocalipsis y las posibles modificaciones operadas en este período en la tradición astrológica.
Además de las 12 gemas, las 12 puertas tienen una perla cada una, un elemento común que las unifica, como un collar de perlas, símbolo de la reducción de lo múltiple a la unidad. Representan lo que es común, permanente y esencial en las 12 puertas de la ciudad. La perla es un símbolo del tesoro puro e invaluable escondido en las profundidades (en el interior de la ostra marina), de difícil acceso y cuyo hallazgo representa el encuentro con lo más íntimo y central. Se refiere, pues, al fundamento del alma, al centro mismo del Yo. Jesús comparó el reino de los cielos con el hallazgo de una perla excepcional (Mateo 13:45–46). La perla en cada puerta hace referencia al “centro místico” en el interior de todos los hombres, independientemente de sus modalidades de expresión personal (las 12 gemas o tipos humanos representados en el zodiaco). “Entrando en sí misma, el alma penetra en la Jerusalén celeste… desciende al corazón la Jerusalén celestial cuando ha quedado purificada, iluminada, perfecta” (San Buenaventura, Itinerario de la Mente a Dios). En la ciudad no hay templo alguno, pues Dios es su templo. El Sol y la Luna –dualidad que gobierna la vida terrenal, temporal y cíclica del hombre– no alumbra ya, pues la luz de la sabiduría ilumina ahora perpetuamente al alma (Isaías 60:19). Del trono de Dios, se dice, mana la corriente cristalina y resplandeciente de un río, o sea la vida continuamente renovada. En el centro de la plaza de la ciudad, como en el centro del jardín edénico (Génesis 2:9) está el árbol de la vida, el arbor vitae que con tanta frecuencia y variedad hallamos en los pueblos orientales como símbolo de inmortalidad, y en la tradición cristiana, como símbolo de genuina vida espiritual.
(V. Libro "Los Simbolos del Apocalipsis")