Todo aquello que de algún modo parece vincular fenómenos o acontecimientos de la realidad sin una explicación causal entre ellos sino solo por una relación significativa, ha sido designado con el nombre de sincronicidad. La palabra fue adoptada por el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung para referirse a esta clase de correspondencias, frecuentemente observadas. Conviene distinguir en la sincronicidad dos aspectos esenciales: (1) el factor objetivo de los hechos o circunstancias que tienen lugar más o menos al mismo tiempo sin una relación causal que los vincule, y (2) el factor subjetivo por el que una persona los percibe no como meros accidentes aislados desprovistos de sentido, sino como acontecimientos que están relacionados significativamente. Esta conexión de significado los integra en unidades comprensibles, portadoras en muchos casos de un valioso mensaje existencial. De alguna manera, todos hemos podido experimentar en nuestra vida situaciones sincrónicas que ante la imposibilidad de atribuirles una relación causal son pronto desechadas como meras casualidades o coincidencias.
El método ancestral que permite construir un marco de referencia consistente para el aparente desorden de los acontecimientos humanos es la Astrología. Llamada antiguamente “madre de todas las ciencias”, la Astrología ha formado parte de muchas religiones en un intento por explicar el orden de los fenómenos naturales relacionándolos con el acontecer aleatorio de las experiencias humanas. Al vincular estas experiencias con el orden y la continuidad de los eventos celestes, la Astrología formula un lenguaje simbólico como medio necesario para establecer entre las dos series de fenómenos una correspondencia sincrónica. Jung se refirió por ello a la Astrología como un ejemplo de “sincronicidad en gran escala”.