En tiempos de crisis, presentes en distintas épocas de la historia, el temor suele apoderarse de la imaginación induciéndola a tener una visión catastrofista del porvenir. A ello contribuyen las interpretaciones de mensajes supuestamente proféticos que anuncian el fin del mundo. En la base de estas interpretaciones existe una inconfesada pretensión de considerar el tiempo presente, el que nos ha tocado vivir, como un momento crucial y definitivo en la historia de la humanidad (el cronocentrismo, un mecanismo instintivo primario similar al etnocentrismo de la Antropología que induce a considerar a la cultura en que se ha nacido como superior a todas las demás). Así ha ocurrido con la interpretación del libro del Apocalipsis en las épocas críticas de la historia: la caída de Jerusalén (70), la del Imperio Romano (476), la Reforma de Lutero, el Imperio de Napoleón, las guerras mundiales, etc., Los escritos que llevan un auténtico mensaje espiritual a menudo se expresan en forma simbólica. El carácter dramático de muchos de estos símbolos sirve solo para acentuar su sentido trascendente y no debieran ser interpretados literalmente. Los acontecimientos catastróficos, como terremotos, plagas, inundaciones, etc., aluden más bien a mutaciones o transformaciones profundas que tienen lugar en la psique interior del hombre, como frecuentemente sucede en los sueños, en donde estas escenas dramáticas advierten solo de cambios importantes que tienen lugar en el psiquismo del soñador. Algo similar ocurre con los monstruos y animales fabulosos de las mitologías y escritos místico religiosos. La bestia del Apocalipsis nombrada con el número 666 es un buen ejemplo de ello (Ap.13:1-18). Esta misteriosa criatura condensa en su composición los atributos característicos de la mente racional y egocéntrica que es incapaz por sí misma de revelar al hombre el misterio de su origen y su destino final, su relación íntima con su Creador al que solo puede acceder por una vía intuitiva iluminativa. Así lo expresa el místico franciscano San Buenaventura (siglo XIII): “…es preciso abandonar por completo todas las operaciones mentales y que el culmen de los afectos trascienda todo él hasta Dios y en Dios se transforme” (Itinerario de la Mente a Dios).
La bestia del número 666 emerge de las profundidades del mar, como la mente objetiva y racional destinada al control del mundo lo hace también del océano indiferenciado del psiquismo original (sus estadios onto y filogenéticos). Físicamente representada en el cuerpo humano por la cabeza y en forma más específica por la frente, la mente tiene como instrumento de expresión la palabra y de operación la mano, como lo dice el propio relator del Apocalipsis al referirse a los hombres que llevan la señal de la bestia en sus manos y en sus frentes. Se dice que la bestia es semejante a un leopardo, pero con pies de oso y boca de león. En la antigüedad se representaba a la constelación de Ceto (la Ballena) por un monstruo al que los árabes y judíos llamaban originalmente León de Mar, Leopardo y también Oso Marino. Los tres nombres se integran en la visión apocalíptica, así como sus significados simbólicos: el leopardo es un símbolo de orgullo y también de habilidad y destreza, atributos estos de la mente egocéntrica y racional; tiene pies de oso, o sea poderosas garras para asirse a la tierra, como la mente posee habilidad para asentarse, manipular y desmenuzar el mundo material; su boca es como boca de león, aludiendo a los pronunciamientos revestidos de autoridad, poder y arrogancia, inherentes al poder argumentativo del intelecto humano. La bestia obtiene su fuerza de un dragón, como la mente la adquiere de la fuerza de los instintos (concepción actualizada por el Psicoanálisis moderno). Tiene además 7 cabezas adornadas con diademas y 10 cuernos. Las primeras aluden a la excelencia del conocimiento intelectual y los cuernos al poder que este otorga (“conocimiento es poder”). Se hace adorar en imágenes que se dice son blasfemia pues se oponen a la advertencia bíblica de no adorar nada que esté visible arriba o abajo (Deuteronomio 5:8-9). Se refiere a la enajenación de la mente por las posesiones y las satisfacciones materiales que apartan al alma de sus verdaderos fines, que son espirituales (una inversión de los valores). Nadie puede comprar ni vender si no lleva la señal de la bestia en su mano derecha y en su frente. Como antes mencionamos, la mente está representada por la cabeza (frente) siendo la mano su principal apoyo, su instrumento ejecutor (véase la solidaria unión de ambas partes en la escultura de “El Pensador” de Rodin). El intelecto es asimismo el medio esencial para la adquisición del conocimiento y el intercambio de las ideas.
La bestia del número 666 alude específicamente a la mente en su aspecto inferior (he phren) en oposición a la mente superior o intuitiva (el nous de Platón, Pitágoras y los neoplatónicos). En la cábala hebrea, de la que seguramente el autor del Apocalipsis era un conocedor, se llama gematría al método de interpretar las palabras por el valor numérico de sus letras. En lengua griega, en la cual se escribió originalmente el Apocalipsis, los números se representan también por letras, de modo que el número de una palabra o de un nombre corresponde simplemente a la suma de los valores numéricos de sus vocablos. La cifra asignada a la bestia del Apocalipsis identifica la palabra he phren que en griego significa mente ( he = 8, ph = 500, r = 100, e = 8, n = 50 ) :
8 + 500 + 100 + 8 + 50 = 6 6 6
(V. Libro "Los Simbolos del Apocalipsis")