En el culto ofrecido a las imágenes religiosas confundir la representación con lo representado conduce a la idolatría. Las representaciones –físicas o mentales– son solo un símbolo de lo sagrado, mas no lo sagrado en sí mismas. Este es el verdadero sentido de la advertencia expresa contenida en el primer mandamiento del decálogo de Moisés: “No tendrás dioses ajenos delante de mí…” (Dt. 5:7–9). Algo similar ocurre con los escritos tradicionalmente considerados sagrados: referirse a su mera expresión literal (“leer las escrituras”) es distinto de indagar y profundizar en su significado, el cual a menudo el texto expresa solo en forma velada o simbólica (“escudriñar las escrituras”, -de scrutinare: inquirir, observar con cuidado). Las representaciones sensibles de lo sagrado, dice San Buenaventura, son como “sombras, eco, pintura de aquel primer Principio… para que de las cosas sensibles se pueda pasar a las inteligibles que no se ven, como del signo se pasa a la cosa significada” (San Buenaventura, Itinerario de la Mente a Dios). “Lo sensible” dirá Platón, “es el reflejo de lo inefable”. En un sentido análogo se expresa el Bhagavad Guita (texto sagrado hindú) cuando dice: “Cualquiera que sea la forma (de la divinidad) con que el devoto me quiera adorar con fe, Yo hago constante esa fe… su divinidad le otorga los dones, pero en realidad, soy Yo quien se los doy” (B. Guita VII, 21-22).
San Buenaventura (1221-1274), notable representante de la mística medieval cristiana, Cardenal Obispo de Albano y Doctor de la Iglesia, abordó con gran penetración el significado trascendente de las formas sensibles, su nexo con lo espiritual. Reconoce en los objetos naturales un doble aspecto: el orden estructural accesible a la razón y el que ofrece indicios de Dios que solo la intuición percibe. Describe 3 facultades de la mente: la que mira al exterior (sensitiva), la dirigida a sí mismo (introspectiva) y la que está por encima de sí mismo (contemplativa). Cada una de estas facultades puede ver a Dios per speculum, es decir, a través de su imagen reflejada en los seres creados, de su huella impresa en las cosas mismas. Siguiendo a San Agustín ve en el número el ejemplo más notable de Dios que puede encontrarse en el mundo físico. “El Número”, dice, “es el ejemplo primero y principal en la mente del Creador, y por lo mismo, en las cosas es el primer vestigio que nos conduce a la divina sabiduría… por ser la más patente para todos, el más próximo a Dios, nos ha de llevar muy cerca de El” (Ibid.). Enfatiza así el atributo neoplatónico de Dios: su unidad. Esta característica esencial sitúa al Creador por encima del intelecto, fuerza a la razón a trascenderse a sí misma. Sin el concepto de unidad no podría el hombre tener la visión de Dios por hallarse inmerso en la multiplicidad, relacionado siempre con los objetos múltiples del mundo natural.
En casi todas las cosmogonías antiguas existe la creencia en un primer principio, activo y creador, causa primera que engendra con su poder la multiplicidad de todas las formas manifestadas. En el orden simbólico de los números lo representa el número 1. Sin comparación con otro, y solo idéntico a sí mismo, el 1 es la primera manifestación emergente de un principio de individualidad, sin movimiento ni cambio. La unidad produce lo múltiple al desdoblarse, acción total que establece el principio de la diferenciación representado por el 2, y a partir de este, todos los demás números. (“Yo soy el Uno que se vuelve Dos”, reza una antigua inscripción egipcia). Representación fiel de este primer desdoblamiento es la yuxtaposición de dos unidades: el número 11. Multiplicado dicho número por sí mismo (Aritmética Simbólica) actualiza su potencia en el número 121 (11 x 11 = 121). El 2 simboliza aquí el proceso de diferenciación y los unos de sus lados el marco de referencia de dicho proceso (integración – diferenciación – integración). Continuando ahora con 3 unidades, se obtiene la primera síntesis (3): 111 x 111 = 12321 (y 1+2+3+2+1 = 9, síntesis a su vez de todos los números dígitos). El 3 sintetiza, situado al centro del número 12321, el desdoblamiento de la unidad en lo múltiple (12, 1+2 = 3) y la integración de lo múltiple en la unidad (21, 2+1 = 3). Con 4 unidades yuxtapuestas, con 5, 6, 7, etc. hasta el 9 (expresión este último número de la máxima extensión diferencial) obtenemos finalmente la proyección simbólica de todas las fases del proceso de diferenciación, el número serie: 12345678987654321, símbolo de la conversión de la unidad en lo múltiple y de lo múltiple en la unidad. (“La reversión es el movimiento del Tao”, dice Lao tsé). ¿Manifiesta este admirable despliegue el drama de la manifestación del mundo y aún el de la propia emergencia del hombre? En una forma simbólica, esta serie muestra el surgimiento y expansión del Universo y su final repliegue sobre sí mismo. Y en lo relativo al hombre: su emergencia de un principio original (origen divino si se prefiere llamarlo así) y su reunificación final con dicho principio, piedra angular de toda aspiración místico religiosa –Juan 10:30, 17:11 y 22–, el “punto omega” en la concepción de Teilhard de Chardin. Citando de nuevo a San Buenaventura: “La mayor parte de los hombres están tan sumergidos en el mundo de los sentidos que son incapaces de verse a sí mismos como imágenes de Dios… la mente iluminada puede llegar de la consideración de sí misma a la contemplación de la eterna luz”.
(V. Libro El Lenguaje de los Nùmeros)