Para el cálculo matemático, el cero es un signo de magnitud relativa que implica la posible actualización de un número dígito cuando se sitúa al lado derecho de cualquier número. Si al número 31, por ejemplo, se le suprime la unidad, lo que se obtiene no es 3 sino 30, indicando el cero la posibilidad de combinar el 3, como 30, con cualquiera de los 9 números dígitos. Careciendo de valor propio y basado solo en su posición, el cero puede incrementar diez veces el valor de cualquier número situándose a su derecha. Lo hará hasta el infinito con solo aumentar el número de ceros. Pero del lado izquierdo la significación del cero es nula: 01 es simplemente 1, independientemente de los ceros que se le agreguen adelante. ¿Cómo se transforma el valor nulo del cero en su contrario? Esto tiene lugar a través del desarrollo cíclico de la unidad, es decir, el ciclo de manifestación diferencial representado por los números dígitos del 2 al 9. El cero situado antes de la unidad en el principio (01) y el que encontramos después de ella en el final (10), marcan los límites del espacio tiempo en el que la unidad manifestada realiza su ciclo de transformación, su conversión a lo múltiple. El número 101 lo representa en forma simbólica: expresa la potencialidad (0) de la unidad para desdoblarse y nuevamente restituirse a sí misma (las dos unidades de sus extremos). Multiplicado por sí mismo, este número pone de manifiesto dicha potencialidad en el número 2 situado al centro: 101 x 101 = 10201. No es el resultado como cantidad lo que es significativo aquí, sino el número palíndromo, o sea la simetría especular que como puede constatarse se repite hasta la cuarta potencia, un número de 9 términos, como los 9 dígitos de la serie natural: 104060401. El número de referencia (101) es un símbolo arquetípico de la unidad que se extiende del 1 al 10. Si ahora se multiplica este número por otro de dos cifras, se actualizará en este último una réplica de su desdoblamiento y restitución. Por ejemplo: 101 x 23 = 2323, 101 x 48 = 4848, etc. En cantidades mayores bastará con incrementar en igual proporción los ceros. El poder del cero para revelar lo que en esencia es potencialmente cualquier número, sin importar su magnitud, se manifiesta al elevar dicho número a la potencia cero. El resultado será siempre la unidad, número absoluto contenido en todos los números. Prueba así que todo lo existente y múltiple del mundo manifestado –en términos simbólicos, por supuesto–, es en esencia una sola unidad (Universo: de unus: uno, y de vertere: convertir, “conversión de la unidad en lo múltiple”).
La figura del cero como un círculo vacío expresa la delimitación de un espacio en cuyo interior no existe forma alguna, una ausencia de toda cualidad (como el 0 a la izquierda), pero a la vez, la posibilidad para la manifestación de múltiples formas (como el 0 a la derecha). El círculo vacío es equiparable al punto sin dimensión, que inexistente en lo formal, contiene empero la potencialidad de todas las formas dimensionales. Entre los pueblos de Oriente hay la creencia generalizada en el origen del Universo a partir de un principio indiferenciado, impersonal e indefinible, cuya naturaleza no puede ser determinada por ningún atributo positivo. No obstante, contiene en su seno la potencialidad de todo lo existente. Es el origen de toda realidad existencial, y paradójicamente, es en sí mismo “inexistente” (de ex: fuera, y sistere o stare: mantenerse, establecerse). Es lo no manifestado, aunque no necesariamente “nada”. La palabra cero deriva del árabe al-sifr y esta a su vez del sánscrito sunya que significa “vacío”, pero no un vacío que sea igual a nada. Para el hinduismo, sunya es Brahman, el ser no manifestado, espíritu sin atributos, conciencia pura, sin relación sujeto objeto. También para el budismo, sunya es el incognoscible, indiferenciado, autoluminoso y eterno. No es una entidad real, pero todo subsiste por él (Dasgupta, S., A History of Indian Philosophy, vol. I y III). Este primer origen anterior a todos es con frecuencia representado por un Caos, el gran Caos que precede al desarrollo cosmogónico en el que todo permanece indiferenciado, como el vacío primordial de la antigüedad grecolatina en donde el orden (cosmos) no ha sido impuesto a los elementos del mundo. Las analogías en torno a esta concepción relacionan singularmente al pensamiento hindú con la filosofía taoísta china y también con otras mitologías. Los cabalistas hebreos hablan de un dios trascendente e incomprensible, el “antiguo de los antiguos”, llamado ain-soph (no-ser potencial). Entre los babilonios es Apsú, dios de las tinieblas increadas anterior a todo devenir, y en el Génesis bíblico, la tierra desordenada y vacía y las tinieblas sobre el haz del abismo desde donde empieza el drama de la Creación. Los mayas utilizaron el cero mil años antes que los europeos. Lo representaban como una concha o caracol cuyo simbolismo uterino está relacionado con la vida prenatal (véase el nacimiento de Afrodita de una concha en la célebre pintura de Botticelli). En la mitología del Popol-Vuh, el cero es el momento del sacrificio del dios del maíz que se sumerge en el río para luego resucitar, subir al cielo y convertirse en sol. Kant utilizó este mismo concepto de potencialidad asociado al cero para explicar el origen del mundo. Apoyándose en la Física de Newton, propuso la hipótesis de la formación del universo a partir de una nebulosa original. Es la primera cosmogonía científica y sirvió también a Laplace para explicar el origen de nuestro sistema solar.
(V. Libro El Lenguaje de los Nùmeros)